Hoy es uno de esos días en que entre el exceso de trabajo durante el fin de semana y todas las cosas que hay que hacer en casa, estoy poco más que exahusto.
A veces es difícil comprender el proceso de pensamiento que ocurre en los momentos que tenemos tantas noches de desvelo consecutivas.
Lo primero que notamos es que los brazos no responden exactamente como quisiéramos, y sentimos constantemente que estamos a punto de perder el control del auto. Se produce el extraño efecto de túnel, donde nos sentimos más alejados de la realidad, como si nuestro punto de vista retrocediera algunos centímetros.
En general al sensación de sed se hace presente con más facilidad, así como el hambre. Luego viene el efecto en el que nos cansa estar sentados y se nos dificulta articular palabras.
Y mientras más nos ponemos a contemplar lo que ocurre cuando estamos cansados, más nos acercamos a esos momentos en que nuestra mente se encuentra con la guardia baja, y ¡zoom!, nos ataca con una pregunta que preferíamos no recordar.
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A todos nos ocurre alguna vez, a algunos más tarde que a otros. Puede ser tan temprano como a inicios de la niñez o tan tarde como a finales de la adolescencia (realmente no creo que en situaciones normales se pueda extender mucho más allá de esa etapa de la vida (pero si hay algo que nos ha enseñado la vida es que hay cada caso...)).
En ese momento la percepción de la realidad se distorciona, y es uno de los momentos claves en que se pierde gran parte de la inocencia. Minutos después te enfrentas a una nueva forma de ver el mundo.
No sé si sea un camino que se pueda andar al lado de alguien más, tal vez nuestros padres no puedan guiarnos del todo en ese momento angular, y si ellos no pueden, difícilmente alguien más podrá. Es una situación que nos guardamos; nos impacta tanto, que realmente no tenemos intenciones ni ánimos de compartirlo con nadie más.
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Después de que ha ocurrido, nos parece tan natural, que algunas veces nos cuesta trabajo aceptar que hay otras personas que aún no han pasado por eso.
Por lo general intentamos proteger a los más pequeños para que no tengan que enfrentarse a esa realidad, al menos no a una edad temprana en la que no estén listos para afrontarla. Y hay padres que tienen éxito y otros que fracazan (y luego están los que realmente ni lo intentan (pero eso será algo de lo que ya hablaremos después))
Exposición temprana o tardía al tema, invariablemente resulta en algunos problemas de comportamiento. Como es casi seguro que todos tenemos un ejemplo.
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Con el paso del tiempo olvidamos cosas que preferiríamos no olvidar. Y también olvidamos cosas que por nuestro bien, es mejor que no tengamos siempre presentes.
Y sin embargo, muchas veces una pequeña lectura, o una inocente pregunta, o nuestra mente divagando por el cansancio, nos hace recordar exactamente cómo ocurrió:
El momento que, por primera vez, racionalizaste la idea de que inevitablemente habrás de morir.
A veces es difícil comprender el proceso de pensamiento que ocurre en los momentos que tenemos tantas noches de desvelo consecutivas.
Lo primero que notamos es que los brazos no responden exactamente como quisiéramos, y sentimos constantemente que estamos a punto de perder el control del auto. Se produce el extraño efecto de túnel, donde nos sentimos más alejados de la realidad, como si nuestro punto de vista retrocediera algunos centímetros.
En general al sensación de sed se hace presente con más facilidad, así como el hambre. Luego viene el efecto en el que nos cansa estar sentados y se nos dificulta articular palabras.
Y mientras más nos ponemos a contemplar lo que ocurre cuando estamos cansados, más nos acercamos a esos momentos en que nuestra mente se encuentra con la guardia baja, y ¡zoom!, nos ataca con una pregunta que preferíamos no recordar.
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A todos nos ocurre alguna vez, a algunos más tarde que a otros. Puede ser tan temprano como a inicios de la niñez o tan tarde como a finales de la adolescencia (realmente no creo que en situaciones normales se pueda extender mucho más allá de esa etapa de la vida (pero si hay algo que nos ha enseñado la vida es que hay cada caso...)).
En ese momento la percepción de la realidad se distorciona, y es uno de los momentos claves en que se pierde gran parte de la inocencia. Minutos después te enfrentas a una nueva forma de ver el mundo.
No sé si sea un camino que se pueda andar al lado de alguien más, tal vez nuestros padres no puedan guiarnos del todo en ese momento angular, y si ellos no pueden, difícilmente alguien más podrá. Es una situación que nos guardamos; nos impacta tanto, que realmente no tenemos intenciones ni ánimos de compartirlo con nadie más.
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Después de que ha ocurrido, nos parece tan natural, que algunas veces nos cuesta trabajo aceptar que hay otras personas que aún no han pasado por eso.
Por lo general intentamos proteger a los más pequeños para que no tengan que enfrentarse a esa realidad, al menos no a una edad temprana en la que no estén listos para afrontarla. Y hay padres que tienen éxito y otros que fracazan (y luego están los que realmente ni lo intentan (pero eso será algo de lo que ya hablaremos después))
Exposición temprana o tardía al tema, invariablemente resulta en algunos problemas de comportamiento. Como es casi seguro que todos tenemos un ejemplo.
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Con el paso del tiempo olvidamos cosas que preferiríamos no olvidar. Y también olvidamos cosas que por nuestro bien, es mejor que no tengamos siempre presentes.
Y sin embargo, muchas veces una pequeña lectura, o una inocente pregunta, o nuestra mente divagando por el cansancio, nos hace recordar exactamente cómo ocurrió:
El momento que, por primera vez, racionalizaste la idea de que inevitablemente habrás de morir.
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