miércoles, diciembre 21, 2005

Lluvia

El pasado sábado tuve que ir a la oficina a tomar un curso de capacitación para usar el Framework con el que acabo de terminar mi primer proyecto en la compañía. Aunque esa situación hace tanto sentido como el tener que manejar mi automóvil para que me den clases de manejo. O tener que escalar el K2 para que allá arriba me den clases de alpinismo. No soy aficionado al alpinismo, hace mucho que no necesito clases de manejo, y, el sábado, descubrí que no necesitaba curso del Framework de desarrollo.

Bueno, el curso terminó y salí a pasear con mi esposa y, después de dos vasitos de nieve que me los cobraron como si estuviera pidiendo dotación vitalicia, terminé en el cine viendo Las Crónicas de Narnia. Estaba tan cerca de la pantalla, que juraría haber visto mi nombre en los créditos, entre el stunt No. 3 y el CGI #328. Así que no puedo dar una opinión objetiva de la película. Terminó el sábado, que daría cabida a un día mejor.

Al amanecer, vi por la venta (la cual he intentado clausurar infinidad de ocasiones, pero siempre se ha salvado por el poder mágico que protege el orden en la casa (del cual ya hablaré después)) que había iniciado un tradicional día de invierno en Monterrey: nublado, frío y con mucha humedad. Días como ese casi me hacen olvidar que me encuentro en una ciudad donde la calidad de vida es muy baja.

El clima era perfecto para salir a manejar, y pues decidí ir a probar dos autos. Claro después de hacer las compras de la despensa de la quincena.

De camino de la tienda de autoservicio al distribuidor de Toyota, inició la lluvia, o llovizna. Y en menos de 5 kilómetros, me toco presenciar una buena cantidad de accidentes automovilísticos. Y no es para menos, pues he visto hielo menos resbaladizo que el pavimento de esta ciudad. Eso, además de que ésta no es exactamente la ciudad donde sus habitantes conducen con mayor precaución, son los ingredientes justos para el desastre. Afortunadamente sobreviví a la masacre automovilística y pude llegar al distribuidor.

El Toyota Yaris, es un auto en el que normalmente nunca pondría mi atención. Supongo que entra en la misma familia del Klase A de Mercedes Benz, o que el Honda Fit o el Nissan Micra. Particularmente no es mi perfil favorito de auto. El espacio interior es muy bueno para ser un subcompacto. Los acabados interiores no se ven tan baratos, a excepción de la tapicería, que carece totalmente de carácter e imaginación. El manejo es lento, predecible, pero poco emocionante. Casi parecido al del Ford Escort. En ambos autos la suspensión suave esconde las imperfecciones del camino, y también esconde muy bien el límite de maniobrabilidad. Punto a favor, la conexión para Ipod. Punto en contra. El tablero central tan común en minivans nuevas. En todo caso el asiento del conductor debería estar en el centro también.

Después de dejar el Yaris en la agencia y volviendo a subir al Escort. Inmediatamente se notan los años que han pasado por el compacto de Ford. Pero es un buen auto y ya algún día que tenga dinero me comprare algo que sea más congruente con mi estilo de manejo. En camino a la agencia de Renault, todavía con lluvia. Convenientemente un accidente se iniciaba a 5 metros de distancia de mi auto. No sería la primera vez que me toque asiento de primera fila para ver como alguien en desesperación total por perder tracción, frena e intenta girar el volante hacia un lado, quitando prácticamente todo el peso, y por lo tanto tracción, a la llanta que más la necesita. Afortunadamente la Jeep Grand Cherokee no iba a más de 50 kmh, lo cual ayudó a que el golpe con el muro de contención solo doblara y tallara la defensa trasera. Amistosamente, el conductor, después de dar su trompo, nos saludó y se despidió. Casi como dándonos las gracias por haber observado el espectáculo, le devolví el saludo, pues su esfuerzo fue bien apreciado.

Al llegar a la agencia de Renault y echar una mirada al Clío, lo primero que se viene a la mente es que se ve pequeño y viejo, en comparación del Yaris. Y por poco convenzo al vendedor de que no me dé una prueba de manejo. Por fortuna, al ver un Clío recién accidentado entrar al taller, me animé. Para probar realmente si el carro era tan bueno como mucha gente dice, y sólo mi gusto por la novedad lo hace parecer inferior al Yaris.

Primer problema. El auto de prueba es automático. Nunca me han gustado los autos con transmisión automática. Pero bueno, de cualquier manera acepto la oferta de manejo.

Cinco minutos después. El ABS de el Clío ya me ha impresionado. Hace que el hielo disfrazado de pavimento parezca una lija. La caja automática es, además de automática, inteligente. O al menos está configurada para un manejo deportivo. Pues se puede sentir como se retrasan los cambios al acelerar o como ayuda durante el frenado. Realmente es difícil perder el control con este auto. Al menos el conductor de la Grand Cherokee hubiera tenido más dificultades para hacer su acrobacia.

Extrañamente, a pesar de la suspensión más firme del Clío y que el espacio interior es menor, éste es más cómodo que el Yaris. O tal vez sea la sensación de seguridad que provee el Renault y que en el Toyota parece más una promesa. Independientemente de lo que diga Palito de Pan, en su auto no me siento tan seguro.

Fue una lástima cuando el vendedor me miraba de reojo, como diciendo "a ver a que hora regresamos para que lo compres". Yo me estaba divirtiendo haciendo zig-zag y dando vueltas en una glorieta a velocidades que hubieran hecho al Escort sufrir. Fue divertido buscar el límite en este auto, casi como si estuviera menjando el Ford Ka, pero con mejor nivel de equipamiento. Me hubiera gustado seguir manejándolo, pero todo lo bueno acaba y lo tuve que devolver. Tristemente el actual Clío ya va de salida y en el resto del mundo ya no se vende, pero es muy probable que se siga ofreciendo en México aún cuando el nuevo llegue a finales del próximo año. Supongo que un auto nunca se debería descontinuar...

Para terminar, lo único que puedo decir es que tengo más probabilidades de ganarle a Alonso y a Trulli en un Clío que en un Yaris. Razón suficiente para tomar una decisión de compra.

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