Desde que recuerdo, mi mente siempre ha mantenido una liga muy estrecha entre los significados de las palabras ‘automóvil’ y ‘emoción’.
Cuando era niño, casi bebé, mi padre tenía un Chrysler Super Bee, color vino, motor V8 de 360 pulgadas cúbicas y 300 caballos de fuerza. Suficiente para decir que ha sido el auto más potente en el que yo haya viajado. Para mi desgracia realmente no me recuerdo en él, pero cada vez que veo una fotografía de ese bebé que alguna vez fui, recostado en el asiento trasero (o en los brazos de mi madre en el asiento delantero) puedo observar en mí una sonrisa estilo Crash Bandicoot (o más estúpida).
Supongo que fue entonces que inició mi gusto por los automóviles, y para la corta edad que tenía, hasta podría decir que el gusto viene implantado en mi código genético y aún así no mentir.
Y no es para menos, el único otro auto en el que he viajado y que se le asemeja en velocidad al Super Bee es un Chrysler Phantom que sufrió –literalmente– un par de modificaciones en el turbo para hacerlo un poco más veloz, y no es que antes de los ajustes fuera lento, pero en lo que se refiere a caballos de fuerza, nunca hay un ‘suficiente’. Bueno, para la caja de velocidad sí lo hubo, pero ese será un tema que posteriormente tocaré.
Dos Chrysler's, casi hasta podríamos decir que el segundo es el nieto del primero, con el Chrysler Magnum de inicios de los 80’s como el padre y el mítico Dodge Charger de los 60’s y 70’s como el bisabuelo. Extrañamente en la familia de mis padres –aclarando que en mi árbol genealógico son personas y no autos– siempre ha existido predilección por los autos de la marca del óvalo azul; y con los problemas que los Chrysler's han dado –un fuerte accidente que sufrió mi padre en el Super Bee, y un empleo de tiempo completo para el mecánico del Phantom– no los culpo.
Normalmente Ford no se caracteriza por fabricar los autos más emocionantes, a menos que la emoción que busquemos sea ‘aburrimiento’, y es que actualmente manejo un Escort, y antes manejé un Tempo y aún antes de eso, un Topaz. Ninguno de los tres es particularmente excitante, no sin gastar una fortuna en modificaciones como las que permite el juego Need for Speed Underground o el Gran Turismo. No es coincidencia que en esos juegos no se hayan licenciado ninguno de los tres autos, a fin de cuentas, ¿quién querría jugar con un Topaz modificado?
Pero llegó el año de 1996 a Inglaterra –después nos daríamos cuenta que también llegó al resto del mundo– y el Ford Ka vio la luz del mundo, El primer micro-carro de Ford fue todo un éxito en tierra británica, con su motor de 1.3 litros y 65 caballos de fuerza su aceleración no era exactamente la de un cohete. Pero sus 3.5 metros de largo lo hacían ideal para el tráfico citadino, no era exactamente un Mini, pero estaba muy cerca de serlo. El nivel de equipamiento era algo nunca antes visto para autos tan pequeños, estéreo con CD, aire acondicionado, quemacocos, vidrios y seguros eléctricos, hasta tacómetro tenía. Pero lo más interesante era su manejo. La suspensión firme y su bajo peso lo hacían muy ágil, era como manejar un go-kart de 800 kilos.
Los ingleses gozaban con el Ka y nosotros lo único que podíamos disfrutar era el Gran Turismo 2 y las revistas que hablan de autos europeos. Tuvieron que pasar 5 años para que Ford trajera el Ka a México. Si bien las opciones de equipamiento eran sólo las más bajas que se ofrecían en Europa, el motor sí fue reemplazado por uno más grande.
Aún cuando 1.6 litros y 8 válvulas no es –ni fue, ni será– el estado del arte en motores, los 96 caballos de fuerza que produce son suficientes para mover los 800 kilogramos del auto con más facilidad que su equivalente europeo. Tanto así que la versión Europea de 2004 con motor 1.6 es nombrado SportKa.
Afortunadamente en 2001 mis padres decidieron comprar un Ford Ka para mis hermanos, y he tenido la oportunidad de manejarlo en ciudad y en carretera. La velocidad máxima que me ha tocado experimentar en el Ka plateado es de 175 kilómetros por hora, y tal vez podría llegar a 180 si se eliminara el peso muerto: juego de herramientas, laptop de la empresa, circuito de frenos, balatas, discos, etc. Y es que el manejo del auto es tan preciso que nunca es necesario frenar para tomar una curva, vayas a 100 o 150 km/h el auto parece agarrarse al piso con más eficiencia que Elektra a las quincenas de los trabajadores.
Puede ser que en línea recta muchos otros autos sean más rápidos que el Ka, y realmente a él no le importa. ‘Cualquiera puede ser rápido en una recta’ se le ha escuchado decir, ‘el arte está en ir rápido cuando las rectas terminan.’. En una autopista de cuota, el Phantom se comería al Ka aún antes de pasar por la primera caseta de cobro, pero en una carretera sinuosa de dos carriles, ni el turbo Garret modificado del Chrysler ayudaría a evitar que el Ford se perdiera de vista en el horizonte, para nunca volver a ser visto.
Sin embargo, el pequeño corredor tiene sus defectos, el principal de ellos es la modificación que sufrió la puerta trasera en 2002 en pro de la ‘actualización’; ¿‘actualización’? actualización mis… mis-oftware. Las luces traseras de los modelos recientes hacen que se rompa la armonía visual que el auto tenía en 2001 y la posición de la puerta esconde algunos ángulos que el medallón y el bastidor formaban para armonizar con el resto del diseño ‘New Edge’ –El Ka fue el primero con ese estilo de diseño–. Supongo que a Ford no le alcanzó para contratar a un mejor diseñador y es que el auto se vende a un precio muy bajo, por menos de cien mil pesos, es uno de los autos con mejor relación valor-precio (si no es que el mejor) que se puede comprar en México.
La vida da muchos giros, y hace 6 años yo estaba convencido de que el Phantom era un auto espectacular, y realmente lo es, sólo que la emoción a la que está ligado es a la ‘angustia de no saber si saldrá de la cochera sin fallar’. Mientras que el Ka está relacionado con la emoción a la que estamos llamados todos los seres humanos: ‘Felicidad’.
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