Cronológicamente, éste es el primero de mis viajes peligrosos que no incluyó altas velocidades, al menos no desde el inicio. Y por eso puede parecer sorprendente si comienzo con la siguiente moraleja: manejar despacio puede matarte.
Era un sábado después del Gran Premio de Malasia y uno antes del Gran Premio de Japón en una temporada en que Ferrari tenía que aparentar que quería ganar el cameponato de conductores con Eddie Irvine, y que Mika Hakkinen tenía que aparentar que le importaba ganarlo aunque la mitad de la temporada no hubiera estado Schumacher.
Pero fuera del mundo de la F1, yo estaba por terminar mi carrera y graduarme. En general había tenido una semana difícil, con varias discusiones y desacuerdos tanto con la institución educativa en la que había estudiado durante los últimos 7 años y medio, con mis compañeros de carrera, la empresa donde hacía mi servicio social, y ya ni mencionar que también con mis amigos y familia.
Era uno de esos puntos angulares donde, en retrospectiva, te das cuenta que son del tipo que definen tus próximos años. El futuro siempre se las arregla para llegar sin anunciarse, y peor cuando llega en rachas y años de tu futuro aparecen repentinamente en un día.
Faltaban poco menos de 15 kilómetros para llegar a Jerez, cerca de las 10 de la noche y conducía despacio porque el futuro inmediato me decía que la economía no estaba para alimentar al Turbo del Phantom, pero sobre todo, porque no me sentía con ánimos de hacerlo... No tenía ánimo para estar en Zacatecas, y por eso me encontraba en la carretera durante un momento en que no debería haber estado.
Por el retrovisor pude ver luces de un vehículo que se acercaba rápidamente, cuando me paso, me di cuenta que era un auto de Dodge de inicios de los 80's, probablemente un Duster, pero definitivamente no un Super Bee (mítico auto del que ya hemos hablado y (obviamente) volveremos a hablar). Me pasó a no menos de 150 kmh, y la sorpresa venía detrás, una camioneta Chevrolet de los 70's, de color amarillo, que parecía iba persiguiendo al Dodge.
En ese entonces (y de hecho hasta hace muy poco) esa parte de la carretera era de sólo 2 carriles, sin acotamiento, y típico de carreteras zacatecanas, sin mantenimiento. Cuando la camioneta se cambió de carril para pasarme, el auto que venía en sentido contrario le hizo cambio de luces, para que se percatara de que allí iba y que ya estaba cerca. El conductor de la camioneta lo ignoró. Si yo hubiera estado más concentrado en lo que estaba ocurriendo, hubiera soltado el acelerador para que me pasara más fácilmente o (más probablemente) no hubiera dejado que me pasara.
Pero las cosas no fueron normales esa semana y tampoco esa noche. Allí estábamos una camioneta intentando un pase en un tramo muy corto de carretera, un Phantom conducido a un ritmo mucho más lento del habitual y otro vehículo no identificado dirigíendose directo hacia la camioneta, que de un volantazo repentino a la derecha regresó al carril donde yo iba, pero con el pequeño detalle que la caja de la camioneta aún no terminaba de pasar el cofre del Phantom.
Casi puedo recordar la sensación de adrenalina mientras con el pie izquierdo presionaba el freno e intentaba dar vuelta ligeramente a la derecha para evitar el contacto. Los primeros 3 ó 4 milisegundos todo iba bien, pero repentinamente, las llantas traseras se bloquearon y el auto se puso literalmente de lado en la carretera. Había librado el golpe de la camioneta, pero ahora, al voltear a mi izquierda, podía ver las luces de un vehículo que venía directo a mí. Y por mí, no me refiero al auto, o en todo caso, sólo a la parte del auto donde está la puerta del conductor.
Hoy casi puedo imaginar lo que debió haber visto el conductor de ese otro vehículo: no fue suficiente con una camioneta invadiendo carril para rebazar, sino que justo después aparece un auto atravezado, patinando e invadiendo ambos carriles de la carretera.
Mi institnto me llevó a presionar el pedal del acelerador al fondo (algo que a ese carro casi ni le gustaba) y pronto me encontraba abajo de la carretera, dando un trompo, fuera de control y directo a los eucaliptos que en ese entonces adornaban la carretera, pero que hace poco fueron talados para darle paso a la carretera de 4 carriles. Una combinación de Acelerador-Freno-Volante y tres segundos después, todo había terminado, me encontraba completamente detenido arriba de la carretera, casi en el mismo sentido en el que viajaba originalmente, por el retrovisor pude ver que se alejaba el vehículo que estuvo a punto de pegarme, recuerdo el cláxon, pero no recuerdo que vehículo era. La Chevrolet y el Dodge se alejaban enfrente. Y yo me tomé un respiro para racionalizar lo que acababa de ocurrir. No había golpeado nada. Nada me había golpeado y era justo lo que necesitaba para terminar la semana.
Después de unos minutos de reflexión, solté el pedal del freno y pisé el acelerador para intentar dar alcance a la Chevrolet y el Dodge. De alguna forma iban a pagar los platos rotos de todo lo que me había ocurrido hasta entonces. Esa carretera la conocía como la palma de mi mano y casi hasta dormido podía conducirla. Pero no, mis brazos y piernas temblaban incontrolablemente y me era imposible hacer movimientos precisos. Nunca los alcancé y yo estaba al borde del colapso: Nunca antes había estado mi vida en riesgo como en esa ocasión.
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